viernes, 27 de abril de 2012

REFLEXIONES SOBRE LA INDEPENDENCIA DEL AUDITOR EN LA CONSULTORÍA DE EMPRESAS

El auditor es generalmente reconocido en el mundo de los negocios como un profesional eminentemente independiente, no obstante, en la teoría es más real que en la práctica

La independencia del auditor es un tema tan apasionante como complejo; por ello, antes de adentrarnos en las condiciones que confluyen a la independencia o a la pérdida de la misma en el desarrollo de una auditoría, debemos definir qué se entiende por independencia.

Para Gordon Carey, la independencia “es un concepto abstracto (…) es, fundamentalmente, un estado mental. Su contenido está relacionado con la honestidad, la integridad, el coraje y la calidad moral. Conlleva, en palabras llanas, que el auditor diga la verdad tal y como él la aprecia sin permitir influencias, financieras o sentimentales, que le puedan desviar de este objetivo”.

El auditor es generalmente reconocido en el mundo de los negocios como un profesional eminentemente independiente, no obstante, en la teoría es más real que en la práctica.

La independencia del auditor se ve en peligro cuando existe la posibilidad de que la empresa para la que trabaja pueda ser seducida por otra firma de auditorías u otro auditor que estén en busca de clientes, ya sea por mejor calidad de su servicio, por el costo de los honorarios, o por ambos, es decir, a mayor competitividad mayor dependencia. Incluso cuando existe competitividad pero la firma de auditoría es pequeña, el riesgo de ser dependiente se exacerba aún más, y con mayor razón si hablamos de un auditor autónomo.

En otras palabras, el tamaño de la firma de auditoría y la intensidad de competencia que gira alrededor de la oferta del servicio están íntimamente relacionados con la dependencia (o independencia, según el caso) del auditor.

R. K. Mautz y H. A. Sharaf sostienen que una firma grande de auditoría tiende a ser menos dependiente con un cliente dado que para una firma pequeña los costos por honorarios usualmente constituyen una proporción más pequeña del total de los recursos de la firma de auditoría.

Por su parte, ciertas prácticas propias de las firmas pequeñas de auditoría propician que exista un nivel mayor de dependencia o que éste se incremente progresivamente, por ejemplo los servicios más personalizados o la excesiva cercanía con el cliente.

También el tiempo es un factor importante en el ámbito de la dependencia. Las firmas de auditoría que consiguen contratos o sus subsecuentes renovaciones y terminan llevando una relación profesional por largos periodos pueden ver reducida su independencia, debido a que la profesionalidad del trato entre la empresa y la firma de auditoría se puede ir, por así decirlo, descafeinando, diluyendo.

El London and General Bank Case cita de manera interesante que “los auditores deben acudir con los accionistas y deben reportarles directamente a ellos y no a o a través de los directores. Ello es, evidentemente, para asegurarle a los accionistas información independiente y fiable relativa a la verdadera posición financiera de la compañía al momento de la auditoría”.

En general, cualquier situación que incrementa la probabilidad de que un auditor no reporte verazmente los resultados de su investigación en la auditoría se puede ver como una amenaza para la independencia.

El que una firma de auditoría (o de consultoría) realice actividades de auditoría y consultoría a la vez también puede generar determinados riesgos debido al conflicto de intereses que puede surgir de ambas actividades. Es posible que la firma, mientras hace la auditoría, encuentre deficiencias en lo relativo a la consultoría, o viceversa; y ello podría conllevar a que no reporte dichos hallazgos en aras de mantener su imagen corporativa “limpia”.

Por lo anterior, es de vital importancia que se cumpla el refrán de que un mismo individuo (o ente) no puede ser juez y parte a la vez del mismo proceso, incluso de procesos que le sean familiares, aun cuando se den en tiempos o espacios distintos.

Si bien algunos autores han desestimado que proveer ambos servicios pueda conllevar una amenaza a la independencia, sí se ha aceptado que para que no se dé esta amenaza debe existir una pronunciada eficiencia a la hora de proveer ambos servicios.

La independencia nace de la idea de que se está prestando un servicio público que debe ser absolutamente objetivo, imparcial, por así decirlo, soberano, sobre todo porque se trata de una investigación con una conclusión basada en opiniones por parte de un profesional de la auditoría. Al ser un servicio que no se presta para el beneficio propio sino para verificar el estado de las actividades de la corporación o empresa, ya sea para utilizarlo como información estratégica propia o como medida de control de una institución gubernamental fiscalizadora, éste debe necesariamente proporcionarse libre de cualquier influencia activa o pasiva.

Por activa me refiero a que el mismo auditor, debido a afinidades con la empresa, relaciones de amistad con directivos de la empresa o simple negligencia profesional sea el que desvirtúe su opinión objetiva (general o parcial) resultando en una opinión desvirtuada y alejada de la realidad, y, por lo tanto, sin independencia “moral o técnica”. Otro factor que puede afectar la independencia del auditor es que él sea dueño de parte de las acciones o del capital social de la empresa sobre la que realiza el trabajo de auditoría. Lo mismo puede ocurrir cuando el auditor es pariente o familiar cercano del dueño de dichas participaciones o cuando el auditor es, a la vez, empleado de la misma corporación que audita.

La influencia pasiva la defino como la influencia que es impulsada o promovida por alguien ajeno al auditor, y que puede estar motivada igualmente por razones de amistad, razones profesionales (como temor al descubrimiento o divulgación de malas gestiones que puedan terminar en medidas correctivas e incluso despidos) e incluso no profesionales (como colusiones, fraudes o sobornos, casos que sólo menciono pero en los que no me detendré debido a que aportan poco al objetivo de este artículo). Otro caso puede ser que el contrato por el cual obtuvo el trabajo el auditor estipule que la seguridad o monto de su pago dependerá de la garantía que ofrezca una entidad bancaria o financiera que está estrictamente vinculada a su dictamen, con lo cual el auditor puede dejar de ser independiente. Otro ejemplo donde se puede perder la independencia es el de que el auditor obtenga un contrato que estipule que será indemnizado por parte de la empresa en caso de que se le atribuya responsabilidad si se da un caso de haberle proporcionado falsa información, de dudoso origen, o simplemente por ocultar o manipular dicha información.

Por experiencia propia en el ámbito de la auditoría puedo comentar que es sumamente difícil realizar un trabajo profesional sin afectar alguna parte del entramado empresarial y trastocar así el resultado de la auditoría; no obstante, he dicho difícil mas no imposible.

Al realizar una auditoría se ponen en predicamento muchas prácticas del tejido corporativo, se crea un compromiso con cada uno de los empleados, administradores, accionistas, autoridades fiscales (si procede), y, desde luego, el capital de la empresa, que es al final el fin último de la empresa en su búsqueda por beneficios. Es pues una labor de alta responsabilidad que muy fácilmente puede verse seducida por las consecuencias de las opiniones realizadas por el auditor y, sobre todo, por las decisiones tomadas a consecuencia de dichas opiniones.

También un caso más en el que se puede diluir de manera importante la independencia del auditor es cuando éste trabaja para una firma o despacho de auditoría que no le paga un sueldo apropiado o donde se da a manera de “explotación” en términos de grandes ganancias para la firma en detrimento de los sueldos de sus auditores; éste es un caso cada vez más frecuente en varios países sobre todo en los que se encuentran en desarrollo. El auditor, al sentir que su trabajo no es suficientemente apreciado, o incluso al sentirse menoscabado, realiza la auditoría de una manera relajada, con desenfado o sin rigor profesional, convirtiendo el resultado de ésta en un dictamen somero o quizás impreciso, que desde luego repercute en la empresa auditada, en su propia firma y, a volúmenes mayores, en las economías de escala.

De igual manera, sin considerar el “desamor” laboral antes citado, si el auditor sencillamente no revisa y analiza toda la información (por la razón que sea, entiéndase falta de profesionalismo, de técnicas de auditoría, por no buscar de forma adecuada o incluso por desconocer que existe más y mejor información), se puede inferir que su dictamen final resultará disminuido en independencia y totalmente inadecuado, al dejar fuera variables que pueden incluso cambiar de forma diametral los términos de la opinión vertida en el dictamen.

En consecuencia, hay que tener en cuenta que el auditor “vive y come” de un razonamiento bastante simple desde mi punto de vista y es que su actividad es valiosa, en términos éticos, precisamente por y sólo por la independencia y la confianza que de él se espera a la hora de efectuar sus labores, por ello, si el auditor no es independiente, su actividad no sólo se ve perjudicada o mermada, sino que sencillamente no tiene razón de existir. Su accionar es simplemente inútil como servicio. A un auditor se le paga por su imparcialidad (aunque algunos pocos les intenten pagar por lo contrario).

Bien dice David Lavinque en su libro Perceptions of the Independence of the Auditor que si bien el auditor es contratado y pagado “por el cliente”, de todas formas él o ella sirve primeramente a los intereses de terceras partes, como actuales o potenciales inversionistas, entidades que asignan créditos, empleados y agencias gubernamentales.

El auditor es llamado para avalar las condiciones financieras y salvaguardar los intereses de esas terceras partes. Aun cuando esas terceras partes no contratan directamente al auditor, y sólo por ese hecho tienen derecho a un reporte justo e imparcial de la empresa.

Además, la opinión del auditor debe estar basada en un punto de vista objetivo y desinteresado. Este estatus independiente del auditor le da valor y significado a los dictámenes y reportes de la auditoría.

En virtud de mantener la independencia y la objetividad de los auditores, la guía International Standards for the Professional Practice of Internal Auditing del Institute of Internal Auditors, considera que una práctica general deseable de toda firma de auditoría debe ser que no se les asignen auditorías a los miembros del equipo si éstas implican alguna de las siguientes circunstancias:

1.    Cualquier situación en la que un conflicto de intereses o una tendencia al mismo esté presente o pueda ser razonablemente inferido.
2.    Cualquier situación que implique a un miembro de familia inmediato del auditor.
3.    Cualquier actividad que un auditor previamente haya realizado o supervisado a menos que haya transcurrido un lapso de tiempo razonable.

Conclusiones

La tarea del auditor está constantemente bajo la mira peligrosa de la dependencia. Sin importar el origen de esa dependencia, que hemos dicho que puede ser por razones económicas, de afinidad, de presión por parte de la empresa, de tiempo, de desencanto laboral, etc., el auditor es quien tiene la última palabra a la hora de emitir su juicio sobre el trabajo realizado de auditoría.
Si bien el individuo puede estar sujeto a una presión descomunal en determinados casos, la habilidad ética y el profesionalismo del auditor, así como el apego a los códigos de comportamiento y a los estándares y normas internacionales deben ser suficiente motivo para no desvirtuar la misión tan importante que tiene encomendada un auditor.

En ese sentido no sólo hay que evaluar las herramientas profesionales y técnicas del auditor. Es importante determinar que el auditor tiene que contar con un perfil psicológico o de personalidad suficientemente sólido para ejercer la profesión con la debida responsabilidad en aras de mantener en pie el interés general y no el interés propio o particular del accionista, del empresario, directivo, administrador, etc. En definitiva, que el auditor se entiende (y debe ser así) que cuenta con una probada integridad y solvencia moral, pues es algo que definitivamente está estrechamente relacionado con el ejercicio de la profesión más aún por encima de cualquier otra (sin el ánimo de mancillar o desprestigiar otras actividades profesionales y en el entendido de que igualmente todas se deben realizar con una alta ética y un estricto apego a las normas).

El auditor, pues, está identificado como una persona honorable y a veces esta condición es la que propicia que se ponga tanto énfasis en que la independencia del auditor es de capital importancia para el desempeño de su actividad y, sobre todo, para que el resultado de la misma siempre vaya de la mano con la responsabilidad que debe emitir hacia los interesados directos de los resultados de sus observaciones vertidas en su dictamen.

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